jueves, 18 de octubre de 2012

jueves, 11 de octubre de 2012 - ¿Conoces a Janis Joplin?


¿Qué ocurre cuando una tiene enfrente al chico bueno y los ojos se le van extraviados hacia atrás, a la barra del bar donde se apoya arrogante el malo de la película? Aparte de convertirse en la niña del exorcista, una hace el ridículo. Al principio da igual. Después de todo, qué no estamos dispuestos a perder por alcanzar ese momento mágico que dé sentido a nuestra aburrida vida. 

Ahí estaba yo, emulando a la fiera con ojos de carnero; valorando el material que me regalaba la noche, sin más. Junior acaparaba la conversación con vehemencia para dar crédito a unas hechuras nada deseables, las suyas; Mike sorbiendo su cocacola con la pajita y siguiendo el ritmo de la música con el pié; y el desconocido, echando el ojo a todas las tipas de su alrededor con cara de lobo hambriento.

Debí largarme en ese momento. Estas son las situaciones que me obligaban a viajar al otro mundo, a saltar adentro del espejo. Odio las pantomimas. 

Pero no me fui. Me quedé chupeteándome el dedo  y el lobo me alcanzó.

- Hola.

El tipo se me acercó con toda su chulería.

- Hola.
- ¿Cómo te llamas?
- Susi.
- Mi nombre es Erick. Soy productor musical. Me gusta tu cara. 

Sólo eso. Se largó, pero antes me tendió una tarjeta con un número de teléfono que yo marqué cuatro días más tarde. 

Erick había dicho que le gustaba mi cara. Esa tontería me persiguió hora tras hora hasta que volví a escuchar su voz. No sé si le conté a mis amigas el incidente del bar. Hay muchas lagunas en mi memoria. Esos días los pasé mirándome en el espejo y recordando con vehemencia esas palabras que se estaban convirtiendo en una letanía: me gusta tu cara. 

A mí no.

Ahora tengo la certeza de que la búsqueda que inicié más tarde estuvo guiada por esas palabras. 

- Dime.
- Hola, soy Susi.
- ¿Susi?
- Sí, Susi. Nos vimos el viernes por la noche en el río. Me diste tu tarjeta –hice un esfuerzo por parecer natural, pero me tembló la voz.
- ¡Ah!  esa Susi. Qué bien que hayas llamado. Pensé que pasabas de mí.
- Bueno, es que he estado liada…
- ¿Te puedo ver? Para hablar.
- Claro.
- Esta tarde, a las siete, en la plaza de la Gavidia.
- En la plaza.
- Sí, mujer, tengo la oficina al lado. Tomamos un café y después podemos subir.
- Vale, a las siete en la Gavidia.

A las siete de la tarde, en la plaza de la Gavidia, me comió un lobo el 15 de agosto del año 2004.

Podría no haber llamado, no haber ido, no haber aceptado. Podría no haber hecho de matahari en la barra de aquel bar. Podría no haber sido tan estúpida. Podría... Quise ser Alicia y me convertí en Caperucita; sin cesta, sin madre, sin abuelita; sólo yo, el lobo, y un cazador agazapado detrás de la puerta, observando imperturbable la escena de la gran comilona; un cazador que sacó su arma cuatro años después poniendo fin al cuento que estaba a punto de escribirse.

Me puse un vestido negro ajustado, muy corto. Quería impresionar, parecer mayor, una mujer a la altura de sus afilados dientes.  Unas sandalias con algo de tacón, un repaso a mi paliducha boca con el rojo tomate de mi madre, y los nervios exprimiéndome el estómago finiquitaron el arreglo. Estaba preparada para encontrarme con aquél al que le gustaba mi cara.

- Hola Susi.
- Hola.
- ¿Te apetece tomar algo? Estoy muerto por una copa.
- De acuerdo.

Fuimos a la cafetería que está enfrente del corte inglés y nos acercamos a la barra. No había nadie en el local: a las siete de la tarde, un mes de agosto en Sevilla, la gente está escondida. De hecho, yo me hubiera escondido en ese momento, porque después de pedir una cocacola para mí y un jb para él, el tío impresionante se me quedó mirando fijamente.  No sabía dónde meterme, me puse muy nerviosa.

- ¿Qué haces?
- ¿Qué hago de qué?
- Te estás balanceando.

Es una costumbre. Lo del balanceo. Cuando estoy nerviosa, o cortada me balanceo: pongo un pie encima del otro y me muevo a derecha e izquierda; la falta de equilibrio hace que me concentre en no caerme y me olvido de la situación incómoda. Protección nada más.

- Estás nerviosa ¿te doy miedo? ¿qué  edad tienes?
- ¡Uf! Vale, estoy nerviosa, me pones nerviosa. Y tengo 17 años -tenía que recuperarme, no ser tan previsible, reavivar mi genio, si es que lo he tenido alguna vez.
- No te preocupes mujer, soy inofensivo. Venga, relájate, tómate la copa y subimos a mi estudio.

Y vuelta al balanceo.

- Mira, cuando te vi pensé que eras la chica que estaba buscando. Tienes la cara perfecta. Me gusta ese halo de misterio, de tragedia, que veo en tu rostro. Ahora subimos y te explico con detalle. Primero quiero que tú tengas claro de qué se trata y me digas si estás por la labor. Después, si aceptas, hablamos con tus padres. 

¿Hablar con mis padres? ¿Misterio? ¿De qué está hablando este tío? Caminamos hacia la calle Cardenal Spínola, donde se encontraba su estudio. La fachada de la casa donde nos metimos estaba para el arrastre. Me sentí muy angustiada, no entendía nada de lo que estaba pasando, y encima, ese lugar tan cutre. Empezaron a sudarme las manos y algo debió notar en mi cara al entrar en el portal que se paró en seco, puso sus manos sobre mis hombros y me dijo:

- Susi, tranquilízate, no pasa nada. Ya verás cómo te gusta lo que te voy a contar. No debes temerme, voy a ser tu mejor amigo. ¿Conoces a Janis Joplin?

No hay comentarios:

Publicar un comentario